Gustavo Leal: Políticas sociales, marginalidad cultural y fractura social en el Uruguay
Presentación de Gustavo Leal, Enredo 2, Redes Frenteamplistas, 12 de mayo 2012
Los países, primero se sueñan e imaginan y luego se cuentan y construyen. Y construyendo el país desarrollamos un relato que lo sustenta.
Hoy el Frente Amplio no tiene un relato y una épica del modelo de país que quiere e imagina. No logra en su conjunto visibilizarlas. Muchos de los pronósticos agoreros sobre lo que haría la izquierda en el gobierno se derrumbaron, principalmente en el campo de la economía se han demolido: la derecha fue profeta del desastre y un desastre como profeta.
Entre otras cosas porque no hubo debacle al gobernar la izquierda, hoy hay un optimismo renovado que exige un nuevo cuento, una nueva apuesta, una nueva proposición para que enamore de algo nuevo. No hay política que valga la pena sin pasión, pero ojo que hay mucha política desapasionada y burocratizada en el Frente Amplio. El gusto por el poder, las apetencias personales y las soluciones laborales en la política a personas no aptas son un dato de la realidad. “La falta de pasión, la administración de la política desde el poder o afuera de él, como la gestión de un proyecto racional sin alma ni fuego, es un camino seguro a la burocratización de la política y de sus practicantes”. La política sin pasión ni alegría es un proyecto en pena.
En este plano, creo que el relato de izquierda en el Uruguay se ha debilitado porque se está agotando el programa.Se necesitan nuevas ideas para la agenda del siglo XXI. Pero tengamos memoria, no borremos la identidad de izquierda en ese proceso.
Durante décadas la elaboración programática estuvo centrada en un país en crisis y en cómo salir de ella y por eso agendamos algunos problemas y no otros. Se nos fue agotando rápidamente el programa porque el Uruguay transita por una coyuntura excepcional como nunca tuvo en su historia como nación y tenemos que aceptar que esta aceleración nos exige otra cosa. En particular, exige ubicar cuáles son los pilares centrales sobre los cuales se construye nuestro modelo de país pero con un grado de precisión sobre temas concretos.
Necesitamos inspiración para imaginar, capacidad para comunicar y geometría para concretar. Hay un país más exigente que está naciendo y pone en la agenda los temas de la calidad de los servicios públicos y las políticas. Ya no alcanza con lo que se hizo, la dinámica exige definiciones y el poder del cómo se hace es clave. Pero claro, para discutir el cómo hay que tener claro el qué.
La agenda del siglo XXI encuentra en la construcción programática de la izquierda demasiados PPS, profundos y prolongados silencios, en este caso programáticos. Omitir temas relevantes en la agenda es amputarse la posibilidad de ejercer poder y transformar relaciones de poder.
Hay demasiadas ausencias programáticas que en parte explican la dificultad de explicitar un discurso y un relato del modelo de sociedad que queremos construir en los próximos 30 años. Por eso la política importa. Los que están siempre de vuelta de todo son los que nunca han ido a ninguna parte. Un gran proyecto de cambio debe avanzar, de lo contrario dejará de ser o grande o de cambio, aunque pueda seguir siendo proyecto.
La izquierda gubernamental ha mostrado problemas de gestión. Tal vez no mayores que otras administraciones pero por algún motivo hay un sector de los votantes que está irritado y de mal humor: ha comenzado a preocuparse por el cómo. Se molesta cada vez más al advertir que la máxima de Woody Allen en demasiadas ocasiones es real cuando afirmaba que “La vocación de algunos políticos de carrera es hacer de cada solución un problema”. En algunos planos, se nos escapa la tortuga y nos gana la carrera. La sociedad ya no tolera el talenteo y el atalo con alambre. Eso era cuando existía la convicción de que estábamos en situación de precariedad. Pero cuando el Frente Amplio se vanagloria del desempeño económico sin precedente y convence a todos de que es cierto, hay un chip que cambia: se llama pasaje a mayor nivel de exigencia. Hoy la nueva profesía del desastre de la derecha es que la izquierda no sabe gestionar y aún no podemos decir, en algunos planos, que nuevamente han sido un desastre como profetas. Puede y debe rendir más en este plano porque la derecha moderna en América Latina ha llegado al gobierno con la agenda de la eficiencia y del saber cómo hacerlo. No lo olvidemos.
Es en este contexto que quiero plantear la necesidad de dar un giro sustantivo, en enfoque, calidad y sentido a las políticas sociales en el Uruguay. La izquierda si quiere reconstruir la identidad colectiva del Uruguay como país de las cercanías, tiene que volcarse decididamente a cambiar la piel de las ciudades, y de los espacios publicos fundamentalmente en el área metropolitana. La concreción de ese relato tiene una fuerza épica trascendente para la implantación de un modelo de sociedad imaginada y concretada en realizaciones. La construcción de ciudad, el uso intensivo de los espacios públicos y la definición de los pilares de la integración son otros PPS programáticos que el Frente tiene.
Y para fundamentar esto tengo que decir que el Uruguay ha mutado. Hoy conviven tres países en el territorio, que día a día se distancian. En “este pedacito de cielo al sur de América”, la fractura social remodeló drásticamente las relaciones de convivencia y ha quebrado al país en tres sociedades tan distantes entre si que no quieren y ya no aceptan reconocerse.
Hay un Uruguay excluido, consolidado en la base de tres o cuatro generaciones de pobreza extrema y marginalidad cultural. Ronda entre el 10 y el 15% del país. Globalmente es un país bastante más joven que el promedio, de carácter urbano que se concentra fuertemente en la periferia del área metropolitana y en los cordones de algunas ciudades capitales del interior del país. Su capacidad de incorporarse al modelo de desarrollo actual es muy baja. En alguna medida el “modelo” no los necesita ni siquiera como consumidores. Tienen un perfil de inempleabilidad elevado y un muy bajo nivel educativo. Este país, comenzó a construir un relato de identidad propia en contraposición al resto y viceversa. Hoy el miedo a los pobres es una realidad instalada. Hay un estigma que ha calado muy hondo.
El otro Uruguay es el integrado pero vulnerable. Constituido por los sectores de trabajadores y sectores medios es la expresión más cabal del país policlasista conformado por el batllismo. Sin embargo, cuenta con tensiones en sus extremos que ponen en riesgo la voluntad de integración. De un lado, un grupo muy vulnerable a los cambios cíclicos de la economía, que fue duramente golpeado por la crisis engrosando los niveles de pobreza que pasaron del 18% al 34% en el 2002. Buena parte de ellos, se ha beneficiado del crecimiento económico y de las políticas laborales y salariales y mantiene una voluntad consistente de estar por dentro de las pautas de convivencia. Afectados seriamente por los niveles de inseguridad ha desarrollado una coraza contra quienes consideran lumpenes. Pero también en este Uruguay hay sectores medios, profesionales y pequeños comerciantes y propietarios que en términos generales participan de la estructura de oportunidades y del desarrollo económico. Con un creciente nivel de consumo, hay sectores que tienden a exiliarse de los servicios públicos y con ello consolidan una mayor homogenización social. A nivel de la educación pública eso se puede observar con nitidez: hay un marcado interés en retirar a sus hijos de los liceos públicos que no siempre se concreta por temas económicos, pero el imaginario que se está consolidando es que esos ya no son lugares razonablemente amigables, seguros y con valores acordes a los que se quieren mantener.
Por último, tenemos al Uruguay próspero, abundante y consumidor de excesos en silencio. Los ricos y la elite económica en el Uruguay han mantenido históricamente un perfil social bajo pero desde hace al menos una década han consolidado un conjunto de barreras que restringen su circulación social. Cada vez circulan en sus entornos inmediatos y se les presenta la ciudad como un entorno hostil. Son también, en alguna medida impactados por el proceso de guetización y abroquelamiento que impone cada vez más un contacto entre iguales.
A esta división cada vez más profunda del mapa de convivencia social del país, se le suma la marginalidad cultural que ha permeado a diversos sectores de la sociedad –y tiene expresiones diversas- por la cual hay un dilatamiento de las reglas de convivencia.
Hoy la ciudad tiene miedo de sí misma. Los ciudadanos particularmente del área metropolitana tememos y evitamos el contacto casual, y el espacio público que posibilita la hibridación y también la sorpresa. Debemos cambiar la piel de la ciudad con intervenciones integrales, cuyo sentido central sea recuperar lugares para estar, para vivir, para intercambiar. La desigualdad territorial también se expresa en la relación de metros cuadrados de espacio público por barrio. Eso es calidad de vida para unos y negación de oportunidades para otros.
En muchas ocasiones se han contrapuesto las obras de infraestructura con las obras sociales, entre otras razones porque somos herederos de estructuras ministeriales orientadas a las carreteras, caminos, puentes y puertos. Poco hemos pensado en equipamientos públicos para mejorar la convivencia social. A la contraposición histórica de “mucho cemento y pocas obras sociales” quisiera proponer la idea de “mucho cemento para obras sociales, con fino sentido estético y alta funcionalidad”. Lo mejor para quienes más lo necesitan para poder saldar una deuda histórica y garantizar la viabilidad del país como proyecto de vida común.
Es posible re-tejer la fractura social pero debemos disponer de todas las herramientas del desarrollo en determinadas zonas de la ciudad orientadas a su transformación. Debemos recurrir a una “acupuntura urbana”, en tanto dispositivo preciso de intervenciones plurales pero combinadas en un territorio. Los puntos de intervención se constituyen en los nodos de una red de integración de servicios sociales que se deberá ir tejiendo en la nueva piel de la ciudad. Para que su contacto, nos llame a la caricia y no a la distancia.
Fuente: http://blogs.montevideo.com.uy
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